jueves, 14 de enero de 2016

Los sabios del lenguaje


Seguidamente fuimos a la escuela de idiomas, donde tres profesores estaban deliberando sobre cómo mejorar el de su país.

El primer proyecto era abreviar el discurso reduciendo los polisílabos a una sílaba y eliminando verbos y adjetivos, porque en realidad todas las cosas que pueden imaginarse no son sino nombres.

El otro proyecto era un esquema para suprimir total y absolutamente todas las palabras; y esto se recomendaba encarecidamente como un gran beneficio desde el punto de vista de la salud y de la brevedad, pues es evidente que cada palabra que hablamos significa en cierta medida la disminución de los pulmones por desgaste, y por tanto contribuye a acortar la vida. Se ofrecía por tanto una solución, y era que, como las palabras son sólo nombres de cosas, más práctico sería que todos los hombres llevaran encima las cosas que necesitaran para expresar concretamente aquello de lo que tuvieran que hablar. Y este invento se habría puesto en práctica, para mayor comodidad y salud del individuo, si las mujeres junto con la plebe y los analfabetos no hubieran amenazado con alzarse en rebelión si no se les daba libertad para hablar con la lengua según el uso de sus abuelos, que tan irreconciliable enemigo de la ciencia es siempre el vulgo. No obstante, muchos de los más doctos y sabios han abrazado el nuevo método de expresarse por medio de cosas, que conlleva sólo un inconveniente, y es que si un hombre tiene que tratar un asunto muy amplio y muy variado se ve obligado naturalmente a llevar a cuestas un bulto más grande de cosas, a menos que pueda permitirse el lujo de uno o dos criados que lo acompañen. A menudo vi a dos sabios de éstos casi derrengados bajo el peso de los fardos, como nuestros vendedores ambulantes, que, cuando se veían en la calle echaban al suelo sus cargas, abrían el costal y sostenían una conversación durante una hora entera; guardaban luego sus instrumentos, se ayudaban el uno al otro a echarse otra vez la carga y se despedían.
Pero para conversaciones cortas un hombre puede llevar en los bolsillos y bajo los brazos instrumentos de sobre para manejarse, y en casa nunca se encontrará sin saber qué decir; por eso la habitación donde se reúnen quienes practican este arte llena de todas las cosas, puestas bien a mano, que puedan proporcionar materia para este tipo de charla artificial.
Otro gran beneficio que ofrecía este invento era su utilización como idioma universal, que pudiera entenderse en todas las naciones civilizadas cuyos productos y utensilios son por lo general del mismo tipo o casi parecidos, de manera que sus aplicaciones pudieran comprenderse fácilmente. Así los embajadores estarían capacitados para negociar con soberanos extranjeros o ministros de gobierno cuyo idioma desconocieran totalmente.

Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, cap. V

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