viernes, 22 de enero de 2016

Greguerías, Ramón Gómez de la Serna


Venecia es el sitio en que navegan los violines.

El reloj del capitán de barco cuenta las olas.

El viento es torpe: el viento no sabe cerrar una puerta.

El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos.

La ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte.

El lápiz sólo escribe sombras de palabras.

El agua no tiene memoria: por eso es tan limpia.
       
La postura de la cigüeña sobre una pata se debe a lo largas que son las esperas hasta que salen los niños.

La pulga hace guitarrista al perro.

¿Qué está haciendo en realidad la luna? La luna está tomando el sol.

El perfume es el eco de las flores.

Después de nudista se es huesista.

El mar sólo ve viajar: él no ha viajado nunca.

En el vinagre está todo el mal humor del vino.

El espantapájaros semeja un espía fusilado.

El tenedor es el peine de los tallarines.

Abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.

La ópera es la verdad de la mentira, y el cine es la mentira de la verdad.

 Lo único que está mal en la muerte es que nuestro esqueleto podrá confundirse con otro


Sobre la greguería…


Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los periódicos, muchos lectores se daban de baja. "¡Cámbielas de nombre'.", me decía el director; pero yo me negué terminantemente.

El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte. Gracias a las Greguerías he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal. En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías. Es lo único que no improviso nunca. Me las concede esa adolescencia de la vida que es pareja de nuestra adolescencia o de nuestra vejez... Tienen que ser lentas y naturales. Son una gota de los siglos que atraviesa mi cráneo. Se puede improvisar una novela, pero no una greguería.

Fragmento del prólogo a la edición de 1960 de  Greguerías.

 


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